Por Dorothy Koppelman
Dorothy Koppelman, pintor, escritora, consultora del Realismo Estético, describe la pintura y el propósito de Velázquez en este ensayo basado en el Realismo Estético de Eli Siegel.
Aprendí del Realismo Estético que el propósito más profundo de cada persona es como el propósito del arte: gustar del mundo y de uno mismo a la misma vez, al ver que ambos son una unidad estética de opuestos. El principio poderoso del Realismo Estético, descrito por primera vez en la historia por Eli Siegel, expresa el propósito que enorgullece de todas las personas:
“Toda belleza es la unión de opuestos, y el unir opuestos es lo que tratamos de lograr en nosotros mismos”.
Hablaré acerca de lo que aprendí y que ha tenido un tremendo efecto en mi trabajo y en mí misma. Hablaré también acerca del pintor español del siglo XVII Diego Velázquez, cuyo estudio de objetos y sus grandes pinturas de la monarquía española, unen esos opuestos que aprendí son esenciales para el arte: el orgullo y la humildad.

“La verdadera humildad es orgullo”
Empecé a conocer y a querer a las pinturas de Velázquez cuando estudiaba los incomparables ensayos de arte de Eli Siegel, ahora publicados en El Derecho del Realismo Estético de Ser Conocido. Del ensayo “El arte es como la humildad” aprendí cómo quería ser y lo que me afectaba en una pintura. El Sr. Siegel escribe:
El ver, mientras es una expresión de nuestro ser, es también una sumisión. En la forma de ver artística, la humildad y la sumisión equivalen al orgullo y la grandeza….La verdadera humildad es el orgullo.
Vi en esta obra, “La rendición de Breda”, la belleza de la sumisión y del orgullo a la vez.

Esta es una de las pocas pinturas históricas del artista y creo que la pintó porque se conmovió por el drama de los opuestos en una situación bélica, y por la historia de galantería en el tiempo de la rendición.
Los opuestos se unen en el centro de la pintura cuando los dos generales se enfrentan. Uno, en su armadura oscura, estira su mano para tocar al otro general, el cual al rendirse se inclina y dulcemente le ofrece la llave de la ciudad. El movimiento de la soga que sube y baja, duplica el movimiento de las cabezas, una alta y la otra baja. Pero entre esas cabezas se encuentra una fila de lanzas blancas que las unen. En el centro, una bandera izada se despliega suavemente, orgullosa y humilde, señalando la paz.
Me conmovió tanto estos dos hombres, removiendo sus sombreros en respeto, que quería ser como ellos, rindiéndome pero victoriosa.

Cuando el Sr. Siegel discutió una reproducción de este detalle del centro, escribió un comentario: “el consentimiento destinado”. Creo que eso es lo que una persona siente cuando puede decir “Sí, puedo rendirme orgullosamente a la hermosa estructura de los opuestos en la realidad y en uno mismo”.
Diego Velázquez nació en Sevilla en el 1599. Su madre era española—de apellido Velázquez—y su padre era portugués. De chico fue aprendiz de pintores, uno de ellos, Juan Pacheco, quien en “El arte de la pintura”, describe cómo, entre las edades de 11 a 19 años, Velázquez estudió objetos ordinarios y le pagó a un chico campesino para que posara y así poder estudiar las expresiones faciales. Lo que el artista quiere hacer es lo que cada persona quiere hacer y lo que el Realismo Estético nos enseña. En “El arte como la humildad”, Eli Siegel escribe:
Observar es humildad. Estar complacido por un objeto—lo que es, su forma, su textura, el color, su relación—es humildad feliz, a veces humildad magnifica. Es una humildad que uno tiene que aprender.
Me gusta enseñar con mis colegas lo que hemos aprendido del Realismo Estético: el arte de gustar del mundo. Lo primero que anima el Realismo Estético es escribir cada día una oración completa acerca de una cosa que le haya gustado. Gustar de un objeto y afirmarlo es un punto de partida para gustar del mundo, y de sentirse orgulloso por la manera de verlo. Si una persona está deprimida es porque le ha restado valor al mundo exterior, y en una consulta del Realismo Estético se le preguntaría: Mire a un objeto cerca de usted. ¿Es esta grabadora en frente de nosotros semejante a usted?—por fuera, oscura, callada y reservada y por dentro dando vuelta y escuchando todo por dentro? ¿Es usted como la silla donde está sentada, con los pies en el piso, el respaldo vertical, en descanso y alerta? Esta es la única manera de ver al mundo que puede combatir la presunción y el desprecio. Eli Siegel enseñó que ya que los opuestos de la realidad están en nosotros, “cuando le restamos significado a cualquiera cosa, nos restamos valor a nosotros mismos”.

Diego Velázquez pintó La anciana que cocina los huevos, cuando tenía apenas 19 años. El crítico Raymond Cogniat escribe que el artista:
Consideró los interiores domésticos tan seriamente como las escenas históricas, pintó a los campesinos con tanto respeto como esos grandes hidalgos, y un bodegón con tanta exactitud y tanto cuidado como una composición de gran escala.
Podemos aprender de la forma en que Velázquez vio el significado en las formas, texturas, colores y relaciones de los objetos, y aquí, en un niño y una anciana.
El universo es un objeto
Eli Siegel, en su inmortal Quince Preguntas, ” ¿Es La Belleza La Unión de Opuestos?” describe el ímpetu central del arte y el efecto de cada obra de arte. Lo que Velázquez sintió, vio, y lo que vemos ahora, está descrito en la pregunta del Sr. Siegel en “El Universo y El Objeto” :
¿Tiene toda obra de arte una cierta precisión sobre algo, una cierta exactitud concentrada, una cualidad de existencia particular? —¿Y sin embargo, presente cada obra de arte, de algún modo, el significado de todo el universo, algo que sugiere una existencia amplia, algo que tiene un significado ilimitado más allá de lo particular?

Velázquez miró la perfección de ese huevo oval, sostenido encima del plato circular y claro, cruzado por un cuchillo oscuro, y vió el gran significado de los opuestos—un momento eterno del “significado sin límites”. La luz y la oscuridad, lo duro y lo suave, esbozos afilados y oscurecidas formas crean una composición.
Un joven, algo modesto, sostiene un melón pesado mientras él encara a una persona mayor. El colocar al joven más atrás, nos da un sentido de edad, mientras la madurez, brillantemente encendida, se hace más viva en el presente.
El huevo entero luminoso y los huevos que se extienden suavemente mientras se cocinan, el pesado melón redondo a la izquierda, y el plato redondo a la derecha, hacen que nuestros ojos se muevan de un lado a otro. Al mismo tiempo, el movimiento de la cuchara de palo en la mano de la anciana está capturado—con su cualidad escultural—de forma eterna.
Esto es diferente de la manera en que la mayoría de las mujeres ven los objetos que ellas utilizan diariamente en sus cocinas. En consultas del Realismo Estético, personas estudian cómo ver los objetos con el asombro y el significado que los objetos tienen.
Recientemente una mujer de Nueva Jersey, la Sra. Eldridge, nos dijo en una consulta cuán eficientemente ella maneja su hogar, su trabajo, su jardín. Ella parecía poner las cosas en orden en una forma vertiginosa. La Sra. Eldridge se sentía noble y martirizada, pero no se gustaba a sí misma y no se sentía orgullosa. Cuando le preguntamos si su marido tenía alguna crítica de ella, ella dijo, “Él dice que actúo superior. Yo no me siento a conversar con él”. El trío de consultoras de la Sra. Eldridge le sugirió mirara y estudiara un objeto que a su marido le gustara, y quizás él podría enseñarle de ese objeto. Esto es lo que ella escribió para la próxima consulta: “¡Mi marido y yo lo estamos pasando muy bien hablando de las herramientas! … Y veo los opuestos en mí misma, como lo duro y lo suave … lo agudo y lo redondo”. La Sra. Eldridge estaba sorprendida de cómo los objetos que ella había dado por sentado eran “tan sencillos y tan complejos como yo, como Harry y todo lo demás que existe”.
Cerca de cuando Diego Velázquez tenía 23 años, sus pinturas ya llamaban la atención en su Sevilla natal, y se fue a Madrid donde su trabajo podía ser visto más extensamente. Ya a los 24 años, había llegado a ser, como lo describe el folleto del Museo Metropolitano de la exhibición del obra del artista:
el pintor de cámara del rey, el cual le tenía un aprecio especial y quien monopolizó el trabajo del artista por el resto de su vida. De ahí en adelante la mayor parte de sus pinturas eran retratos de la familia real o miembros de la corte.
Velázquez es grande porque tenía el mismo propósito mientras miraba a un rey, a una princesa, y más tarde a los payasos y a los enanos, como tenía mirando al chico campesino, a un huevo, y a los objetos humildes de una cocina.



En el “Poema libre acerca de ‘La teoría Siegel de los opuestos’ en relación a la estética” en su libro Tardes Calurosas Han Habido en Montana: Poemas, Eli Siegel honra, comprende, explica y presenta a través de música poetica, la visión del pintor y de su trabajo. Estas son algunas líneas:
Los personajes de Velázquez se parecen a ésos
De Shakespeare—severos y delicados; vivos:
Y así, a veces, grotescos. La visión de
Lo que está aquí se topa con la visión de lo que está muy lejos—
Una cosa reflejada se mezcla con lo de aquí,
Lo visto. Cuando Hamlet se une al espacio,
Es como lo que pasa en las obras de Velázquez…
Aquí vemos al Felipe IV “[unido] al espacio”:

El artista, crítico de la supuesta superioridad del monarca alto, lo muestra con dos espacios igualmente altos a ambos lados. Velázquez ve al rey en una verdadera relación con el espacio, que genera belleza y orgullo. En vez de acentuar la separación, en su técnica no solamente contrasta, pero también matiza. A la derecha, el contorno nítido de la capa contrasta con el acogedor, pero sencillo, espacio; pero la sombra baja se mezcla con las patas de la mesa, y la figura negra sin decoración tiene un anonimato que se mezcla con el espacio. Pero hay movimientos que son rápidos y altos y bajos con las piernas del rey esbozadas y bajas en el lienzo.
Creo que el artista es también juguetón; el alto sombrero negro en la mesa clara es, como objeto, semejante al rey alto en el claro suelo. Pero la gloria magnifica de esta obra está en el papel blanco guardado en su pliegue por un dedo—es tan pequeño, y no tan real. El artista ha pintado sus bordes claros con el mismo cuidado con que pintó el rizo del rey.

Hay un triángulo que va desde la cabeza clara del rey, hacia los brazos y hacia las manos claras; ese triángulo es semejante a ese papel humilde pero luminoso. Velázquez ha tenido “la magnífica humildad” de ver los opuestos duraderos de la realidad en los pliegues, las sombras, las curvas y los ángulos, el calor y el frescor de un pedazo de papel doblado sin escritura y del Rey de España.

La humanidad es alta y baja: opuestos estéticos, opuestos éticos
Aprendí del Realismo Estético que una pintura resuelve, en grandes rasgos, las cuestiones de nuestra vida, incluyendo las del propio artista. Cuando vemos lo alto y lo bajo unidos en una pintura, cuando miramos hacia arriba y hacia abajo con el mismo propósito, la humildad y el orgullo están más cerca también en nosotros. Cada artista brega con estos opuestos en sí mismo mientras pinta.
En la corte española, Velázquez se sintió “ennoblecido” “y esclavizado”, como lo describe el catálogo del Museo Metropolitano. Tenía alta estima y afecto por el rey, pero para tener la seguridad económica para él y su familia el artista tenía que ser empleado como “Caballero de Cámara”, y luego como “el Chambelán del Palacio”. Se encargó de la construcción de edificios, contrató a los carpinteros, sirvió como embajador del rey en Italia eligiendo y comprando obras de arte para el Palacio. Mientras tanto, ser artista en el siglo 17 en España era considerado como una vocación inferior y base.” Por un lado, era el pintor preferido del rey—y renombrado—y por otro lado estaba a cargo de deberes “onerosos, pesados, que consumían mucho tiempo.”
Velázquez creía justamente que su verdadero orgullo provenía de su manera de ver, y quería que la profesión de artista fuera levantada de su bajo estatus social. Al mismo tiempo, estaba empeñado en ser admitido a una orden de caballería, y pasó muchos años tratando de obtener los documentos que probarían que su padre era portugués de noble cuna, sin mancha de “sangre impura”.
Es probable que su cansancio a través del tiempo provenía de un conflicto invisible en él donde su vanidad y su verdadero orgullo. En “El arte como, sí, la humildad”, Eli Siegel escribe:
El yo se interpone con la humildad, y los artistas han tenido que aprender a frenar la tendencia del ser restringido, limitado, temeroso, y monárquico, y así no interferir con una forma de ver que es pura, rica, y justa.
La única crítica en el mundo que entiende el daño y puede oponerse al “ser restringido, limitado, temeroso, y monárquico” es la que enseña el Realismo Estético de Eli Siegel: la crítica estética de sí mismo.
“La encarnación de la humildad exitosa”
“El arte”, escribe Eli Siegel, “puede considerarse como la encarnación de la exitosa humildad de una persona ante las muestras de la existencia, ante de la existencia misma …. El arte, en sí, es la humildad unida con orgullo”. Esa es la manera de ver que Eli Siegel tenía siempre; es la única oposición a lo que el Sr. Siegel describió como “la burla interna de desprecio”, que una vez tuve y que daña a las personas terriblemente.
Uno de los mayores triunfos del arte—y fue el triunfo de Velázquez—es el hallar la belleza en lo mal formado, lo deforme, lo feo. En la corte de España en el siglo 17, los enanos y los bufones fueron compadecidos, atendidos, y sirvieron como bufones para aligerar las cargas de los monarcas. Velázquez, sin embargo, miró a los enanos con un propósito diferente, vió en ellos los opuestos de la realidad.

Aquí está Sebastián de Morra. Vemos una frente ancha y clara, y ojos que en su profundidad casi nos hacen llorar de amor. ¿Ven cómo los brazos, con sus ligeros y fuertes puños, presionan hacia abajo? ¿—Y cómo las pequeñas piernas se acercan hacia nosotros y los pies calzados con zapatillas que apuntan hacia arriba con sus copas brillando suavemente? Esos pies, con su movimiento curvado, y su dirección vertical nos hacen sentir como si él fuera una persona de pie. La bondad del arte es que no nos permite menospreciar a Sebastián de Morra, sin levantar nuestra vista.
El enano está en el centro del lienzo. Su abrigo verde oscuro está dividido en el centro, y justo donde sus puños presionan hacia abajo hay otra división a través del centro. Encontramos la geometría perfecta en ese cuerpo imperfecto. Deja que nuestros ojos den un viaje alrededor de la figura de todo el hombre. Es un círculo, la forma más completa, más continua y no impedida del mundo. Resaltando de ese círculo está la simpatía del ser de Sebastián de Morra, en su capa dorada y rosada clara, con su cabeza, muy ligeramente inclinada, e inquisitiva, su boca sabia y esos profundos ojos marrones. Este representa el hombre como noble, y como escribió Eli Siegel “vivo: / Y así, a veces, grotesco”. El propósito de las consultas del Realismo Estético es enseñar a las personas cómo ver la relación de los opuestos—lo oscuro y lo claro, lo completo y lo incompleto, lo alto y lo bajo, lo bueno y lo malo—en el mundo y en nosotros mismos. Cada pintura de Velázquez celebra este propósito.
En 1656, cuatro años antes de morir, Velázquez pintó esta obra—y yo cito del poema de Eli Siegel en que, él dice: “Una cosa reflejada se mezcla con lo de aquí, / Lo visto ….”

La heredera al trono de España es el tema de Las Meninas, pero el artista estudia a las personas de altas y bajas esferas, mientras se inclinan, se suplican, se arrodillan y se detienen. La cara grande de la enana a la derecha está muy cerca de la princesa pequeña e imperiosa. La simetría del espacio y el rectángulo en ese cuarto oscuro tiene una nobleza serena que incluye las irregularidades chocantes de los nobles y de los sirvientes en el primer plano. Velázquez ha reunido los opuestos eternos en el gran espacio de esa habitación; la luz que entra mientras el cortesano levanta la cortina parece calentarse cuando llega al lienzo del artista.
Y allá está el propio Velázquez, tal vez mirando a la pareja real, reflejada en el espejo lejano, a la vez que nos mira.

Velázquez y sus pinturas afirman a través de los siglos, del mensaje más bello del mundo: el mensaje del Realismo Estético—verdadero acerca del mundo, verdadero acerca del arte, verdadero acerca de cada ser. Este mensaje está presente en estas líneas de Eli Siegel de su “Poema libre sobre ‘La teoría Siegel de los opuestos’ en relación a la estética” con las que termino mi ensayo:
Los opuestos están, sin duda, en otros sitios también,
En muchas, muchas más formas, mis amigos, en muchas, muchas más cosas.
¡Ah!, véamoslos donde están, porque
Ellos crean quienes SOMOS, crean al MUNDO, lo que
En la honestidad, nos gusta, en el orgullo, lo somos.
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Dorothy Koppelman, artista y consultora del Realismo Estético, enseñó The Critical Inquiry, un taller para artistas. Esta charla fue presentada al público en la Galeria Terrain.